Decía Jacinto Benavente que «una cosa es continuar la Historia y otra repetirla«. Por eso en Tournride hemos decidido acercaros hoy, de manera sencilla, la crónica de acontecimientos que llevó al nacimiento del Camino de Santiago y que lo engrandeció hasta convertirlo en lo que es hoy. Porque queremos que sepáis que peregrinar es formar parte de una Historia milenaria y en permanente evolución: la meta continúa siendo la misma, Santiago de Compostela, pero la Historia cambia con la suma de las vivencias de las personas que recorren sus caminos.
Nuestra historia comienza cuando Santiago el Mayor viene a la Península Ibérica en el S. I d.C. a predicar y sigue cuando, después de morir en Jerusalén, sus discípulos traen sus restos de nuevo al mismo lugar. Sin embargo, para que la peregrinación se convirtiese en el «fenómeno de masas» que fue durante la época medieval, se necesitaba mucho más.
Por ello, para comprender por qué la Iglesia y la Corona hicieron tantos esfuerzos por patrocinar el Camino de Santiago y hacerlo grande, debemos entender cómo se forjó la inventio, el descubrimiento de los restos del Apóstol Santiago en el S. IX d.C. En ello tuvo mucho que ver la situación política y religiosa que dominaba la península ibérica en ese momento, con los árabes arrebatando territorio al cristianismo.
Primero Santiago el Mayor vino a Gallaecia…
Se dice que tras la crucifixión de Cristo en el año 33 d.C. en Jerusalén, los 12 apóstoles fueron a predicar a diferentes lugares del mundo. Santiago el Mayor viajó hasta lo que en aquel momento los romanos denominaban Gallaecia, que ocupaba un poco más del territorio de lo que actualmente es Galicia, en el noroeste de la península ibérica. Allí se encontró con una población autóctona politeísta que no le facilitó su labor predicadora pero, aun así, él no desistió e incluso llegó a conseguir que siete discípulos le acompañasen cuando decidió volver a Jerusalén.
La Virgen y su barca de piedra
De su etapa en Gallaecia, es especialmente conocido el episodio que tuvo lugar en Muxía cuando, desesperado por la obcecación politeísta de los nativos y su reticencia a convertirse al cristianismo, miró al mar y pidió a la Virgen que le ayudase en su labor. En ese momento, la Virgen salió del mar navegando en una barca de piedra, sobrecogiendo a todos los presentes y ayudando a que los allí presentes se convirtiesen.
Hoy en día, podemos encontrar lo que se cree que son los restos de la propia barca de piedra de la Virgen en ese punto de la denominada «Costa da Morte» y, de hecho, la extensión del Camino de Santiago que lleva a Fisterra también conecta con la villa marinera de Muxía. El mismo esquema de aparición de la Virgen tras la petición de ayuda del apóstol también lo encontramos en Zaragoza, cuando la Virgen se le apareció a Santiago encima de una columna.
Tras este milagro de la Virgen del Pilar, el santo volvió a Jerusalén en el 44 d.C., donde continuó con su labor predicadora. Desafortunadamente, al igual que Jesucristo, se encontró con la oposición de Herodes. Éste terminó por ordenar su martirio y decapitación en el año 46 d.C y, además, tiró sus restos fuera de la muralla y prohibió sepultarlo, ya que el enterramiento es algo propio del cristianismo. Como Santiago era consciente de que todo esto podía ocurrir, antes de su muerte había pedido a sus discípulos que recogiesen sus restos y lo enterrasen lo más lejos posible de Jerusalén.
Después de su decapitación
De esta manera, tras su decapitación sus siete seguidores llevaron su cuerpo hasta Haifa, un puerto donde milagrosamente hallaron un barco sin tripulación preparado para partir que, guiado por un ángel, les llevó hasta el lugar en donde el apóstol había predicado en vida: Gallaecia, área del finis terrae romano, el fin del mundo conocido y, según su concepción, el lugar más lejano al que se podía llegar desde Jerusalén. Dejando detrás la actual Fisterra, remontaron el río Ulla entrando por la ría de Arousa y terminaron cerca de Iria Flavia. Allí ataron la barca a un miliario romano (una columna cilíndrica que en tiempos romanos servía para marcar las distancias en los caminos) denominado pedrón, que hoy se guarda en la iglesia de Santiago en Padrón, localidad cuyo topónimo deriva de este hecho.
Llegados a este punto, los discípulos necesitaban un medio de transporte para poder cargar los restos de Santiago por tierra y enterrarlos en el lugar que les estaba marcando una estrella. Se dice que le pidieron ayuda a la mítica reina Lupa y al gobernador de Fisterra pero que, en un principio, no se la dieron e incluso llegaron a verse presos en una cárcel cercana a la actual Ponte Maceira, de la que pudieron escapar y en donde milagrosamente el puente que allí había se cayó cuando lo dejaron atrás mientras por él cruzaban los soldados romanos que los perseguían. Finalmente, Lupa consintió en prestarles unos bueyes para que llevasen el cuerpo del apóstol hasta el lugar donde lo enterraron, hoy la actual ciudad de Compostela pero, en aquel momento, un valle de un bosque denominado Libredón.
Durante ocho siglos los restos permanecen ocultos y se forja la inventio
Ocho siglos más tarde (se dice que entre el 813 y el 830), un eremita llamado Pelayo que vivía en soledad en aquel bosque de Libredón vio caer una lluvia de estrellas en un valle. Intrigado, decidió acercarse para ver qué ocurría en ese lugar y, de esa manera, descubrió la sepultura del apóstol. El propio nombre de la ciudad que surgió en torno a sus reliquias nos remite a este episodio, la actual Santiago de Compostela es el lugar de Santiago hallado en el «campo de estrellas», es decir, campus stellae.
Tras descubrir la tumba del apóstol Pelayo se lo comunicó al obispo Teodomiro quien, a su vez, se lo transmitió al rey Alfonso II. Éste decidió ir al lugar santo realizando un viaje que se convirtió en la primera peregrinación real a Santiago. Hoy, el sendero que recorrió se corresponde con el Camino Primitivo, que debe a este hecho su nombre.
Al llegar a Santiago, el monarca ordenó construir una pequeña ermita sobre la tumba del apóstol que, con el paso de los años, aumentó en magnitud a modo de caja fuerte histórica, reteniendo el preciado tesoro en su interior y multiplicándose proporcionalmente al crecimiento de las vías que conectaban el territorio occidental para facilitar la llegada a la ciudad. Hoy, la monumental ciudad vieja de Santiago de Compostela, declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, es el resultado de esa superposición histórica de arte y arquitectura.
A este episodio de descubrimiento de las reliquias se le denomina inventio («revelación»). En realidad, la primera fuente que narra todos estos episodios es de casi dos siglos más tarde de que ocurriese todo esto, del S. XI. Debemos preguntarnos qué es lo que estaba ocurriendo en la península ibérica en el S. IX para que, precisamente, se descubriesen los restos del santo en ese momento y no en otro.
Inventio, justo antes de la Reconquista
Para ello nos remitimos a la situación histórica que se genera en la península ibérica tras el 711, cuando los árabes comienzan a conquistarla. Tan sólo unos años después de que comenzasen a ganar territorio, en toda la península sólo quedaba un reducto cristiano en el Norte. Fue una conquista bastante pacífica y, además, en el territorio conquistado los cristianos podían seguir llevando a cabo sus tradiciones y ritos católicos a cambio del pago de un impuesto a los gobernantes árabes.
En ese momento, el descubrimiento de unas reliquias que igualasen en importancia un lugar en la península a Roma o Jerusalén fue muy conveniente. Tened en cuenta que Santiago es uno de los 12 apóstoles y, por lo tanto, una de las personas más cercanas a Jesús en vida. El descubrimiento de sus restos recordó a todas las personas que estaban en el territorio conquistado que una misma religión las unía y les diferenciaba del conquistador islamista y sirvió para unificar la lucha contra el enemigo invasor y comenzar a recuperar territorio. Por eso desde sus inicios el camino se patrocinó por el rey y por la Iglesia, ya que a ambos les convenía de alguna manera: el primero recuperaba territorios y el segundo luchaba contra una de las otras principales religiones monoteístas (que, habiendo nacido hacía poco, estaba instaurada ya en un gran territorio).
También hay que tener en cuenta que la inventio tiene lugar menos de 200 años antes al del año 1000 y que en ese momento ya comenzaba a reinar lo que se ha denominado el «terror milenario». Se pensaba que en ese momento el mundo podía terminarse y, por lo tanto, hacer cualquier cosa que pudiese ayudar a la salvación del alma tenía un gran calado entre todos los cristianos. Y, gracias al patrocinio papal, peregrinar a Santiago redimía de los pecados cometidos.
Empieza la peregrinación a Santiago
Para comenzar, no podemos pensar que el hecho de que se descubriesen los restos y de que hubiese un patrocinio político y religioso de el Camino necesariamente tenía que dar como resultado que en los siglos siguientes miles de personas decidiesen ir hacia Santiago. ¿Por qué dejar todo y emprender un viaje que en ese momento era tan peligroso? ¿Por qué las reliquias y las peregrinaciones hasta ellas eran tan importantes en la Edad Media?
Las reliquias, ese «algo» material para el cristianismo
Quizás hoy sea un poco complicado de entender, pero no debemos olvidar que el cristianismo es una religión compleja que incluye conceptos muy abstractos, como el de Trinidad o Espíritu Santo. Antes, con el politeísmo, se deificaban fenómenos o materiales que se podían ver y tocar, como el agua o el sol. Pero en el cristianismo hay muy pocas cosas tangibles. Por eso la Fe es tan importante: no se puede «ver» a Dios como antes se veía el sol o el agua. Hay que creer. Por eso, las reliquias de santos cobraron tanta importancia. En una sociedad regida por el cristianismo, las reliquias eran ese «algo» material, visible. Recordaban que si tus actos eran lo suficientemente buenos en vida, podías dejar de ser del todo humano y acercarte a Dios.
Tanto valía la peregrinación a Santiago de Compostela que podía redimirte de todos tus pecados. Y, por ello, desde que en el S. IX comienza la peregrinación se ha mantenido a lo largo de los siglos un flujo incesante aunque variable de peregrinos. El patrocinio regio y religioso (principalmente papal y de la orden de Cluny, que diseminó por toda la ruta del itinerario francés monasterios y hospitales que daban servicios a los peregrinos) consiguió dotar de importancia a este camino de peregrinación, cuyo final igualaba en importancia a Roma o Jerusalén.
La edad de oro de la peregrinación
Durante la primera mitad del S. XII el obispo de Santiago, Diego Xelmírez, monumentaliza la catedral de Santiago de Compostela y en ese siglo y el siguiente el flujo de peregrinos a Santiago es excepcional.
A pesar de que durante el Renacimiento y la Contrarreforma (S. XV-XVI) decae la peregrinación y se cierran las fronteras con el resto de Europa por miedo a que la difusión del Luteranismo llegase a España, en el barroco la peregrinación vive una «edad de oro» y Santiago de Compostela es objeto de una renovación arquitectónica y urbanística pensada para sobrecoger a los peregrinos en su final de camino.
Durante la Ilustración, por la dudosa base científica del fenómeno de las reliquias, la peregrinación comienza a decaer pero en 1884 el papa León XIII promulga una Bula denominada Deus Omnipotens por la cual se oficializa la autenticidad de las reliquias de Santiago el Mayor en Compostela. Esto da un empuje a la peregrinación que, a pesar del avance de los medios de comunicación durante el siglo XX, no se ha perdido.
El Camino de Santiago, nuevos significados
Desde los años 80 hasta hoy en día, el número de peregrinos que deciden peregrinar a Santiago ha crecido casi exponencialmente. La narración de las intensas experiencias individuales vividas durante el Camino, tanto en forma de «boca a boca» como mediante nuevos soportes tecnológicos (blogs, redes sociales…) hacen crecer el deseo de vivir esa aventura en muchos otros que, quizás, no se lo habían planteado.
Y, lo más interesante, es que aunque lo que se siga haciendo siempre sea llegar a Santiago, la peregrinación como fenómeno nunca se repite, sino que continúa. Hoy en día, los motivos por los que se decide emprender el viaje son tantos como personas deciden realizarlo y, conjuntamente, dan un nuevo significado a este Viaje con mayúsculas que desde el S. IX mueve a gente de todas las nacionalidades hacia el antiguo finis terrae.
Decídete a peregrinar y forma parte de una Historia milenaria que habla de tradición, luchas políticas, creencias y, sobre todo, de esfuerzo e ilusión por conseguir una meta conjunta.